Uno de los rasgos que ha lastrado la carrera política de José Borrell ha sido su soberbia. De los más inteligentes de todos los ministros que ha habido en los últimos cuarenta y cinco años a uno y otro lado del espectro político, el desprecio por los demás hizo que, por ejemplo, perdiera un debate parlamentario contra José María Aznar -intelectualmente más gris, pero mucho más trabajador y constante- al rechazar ayuda para preparar su intervención parlamentaria.
También fue esa soberbia la que le llevó a enfrentarse al aparato del
partido. En aquella época un servidor todavía no analizaba la política, al
menos de un modo sistemático. Sin embargo, acuñé un juego de palabras que
sintetizaba a la perfección la situación que se vivía en el partido fundado por
Paulino Iglesias: la bicefalia produce cefalea. Y como un ente con dos cabezas
es una aberración, se imponía amputar una, y esa fue la del político catalán
(luego caería Almunia, pero esa es otra historia).
Con el tiempo nada mejora, salvo los buenos vinos. Y un tipo tan
avinagrado como la pareja de Cristina Narbona ha ido a peor: más sectario, más
cobarde, más miserable y, sí, más soberbio y arrogante. Tanto, como para
permitirse preparar un plan de paz para Israel que lanzará sin contar ni con israelíes ni con palestinos.
Y como los socialistas -al menos los españoles- tienen poca inventiva,
ha trasladado a la esfera internacional la tan repetida insidia de que al PP le
interesaba que ETA existiera. La nueva versión es acusar a Israel de crear a Hamás para boicotear un Estado palestino.
Cuando cualquiera con dos dedos de frente y sin una venda en los ojos sabe que los que han boicoteado un Estado palestino son los árabes en general y los propios palestinos en particular, siempre opuestos a la solución de los dos Estados.
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