Si en la primera entrada de hoy hablaba del deterioro de las instituciones, así en general, en esta toca hablar del deterioro de una en particular, la que debería ser Fiscalía General del Estado y que se ha convertido en mamporrero particular del desgobierno socialcomunista que tenemos la desgracia de padecer.
A poco de encaramarse a la poltrona, y en una
entrevista televisada, el psicópata de la Moncloa preguntó retóricamente que de
quién dependía el fiscal general del Estado. El entrevistador no estuvo listo,
porque debería haberle dicho que de nadie, que actuaba con independencia,
porque el que su nombramiento fuera efectuado por el gobierno no implicaba que
estuviera a su servicio.
Como los dos sujetos que ha nombrado para el
puesto son fieles perros de su amo, no ha habido que desmentirle por la vía de
los hechos. El actual detentador del puesto -como de costumbre, empleo el
término con toda la intención del mundo, ya que, si no es idóneo para el
puesto, lo que hace es detentarlo, no ostentarlo- es un buen lacayo, pero un
fiscal, como mucho mediocre (cómo será la cosa que está haciendo bueno a quien
en su día se consideró como el colmo de la degradación profesional del puesto,
aquel antiguo practicante de la lucha canaria conocido en el terreno de lucha
por el apodo de el Pollo del Pinar), y comente torpeza tras torpeza… no
siendo la menor de las mismas el cometer sus torpezas por escrito, con lo cual
no se las puede llevar el viento.
Pues resulta que el muchacho remitió un escrito de nueve páginas al Tribunal Superior de Justicia de Madrid, en el que
reclamaba a este órgano que se inhibiera en la causa abierta contra la Fiscalía
Provincial de Madrid por un supuesto delito de revelación de secretos y la
remitiese al Tribunal Supremo donde el propio fiscal general está aforado. A su
vez, reconoce que el caso que se investiga le afecta a él, porque fue quién dio
personalmente la orden de enviar un comunicado a la prensa.
Excusatio non petita…
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