Para la izmierda patria, tanto más cuanto más extrema, si un policía empieza a avanzar en dirección aproximada de un cargo político que no sea de su cuerda (de la de la izmierda, no de la del policía: léase, de derechas), ese cargo político debe dimitir de todos sus cargos, vestir de arpillera, rociarse con ceniza, flagelarse e ingresar él solito en la cárcel.
En cambio, si el cargo político es de
izquierdas -no digamos ya si, además, es una mujer-, se trata siempre de una
conjura orquestada por las fuerzas reaccionarias, retrógradas y machistas que
anidan en el seno de la judicatura. Tanto da que ese cargo haya sido condenado
en sucesivas instancias o que los estatutos de la formación de izquierdas afirmen
que, como ellos no son casta, en cuanto la más mínima sombra de sospecha
recayera sobre ellos harían el petate porque, total, ellos no están en política
por el oropel y las fanfarrias, sino única y exclusivamente para servir a la
gente (no especifican a cuál).
Ahora, la Audiencia Nacional ha absuelto a
quien fuera presidente del consejo de gobierno de la comunidad autónoma de
Valencia, Francisco Camps, por décima vez y dieciséis años después de que
estallara la trama Gürtel. ¿Han pedido disculpas todos los políticos y
activistas que le vilipendiaron, por no hablar del diario independiente de la
mañana (de nuevo me pregunto si también se habrá emancipado de la tarde y de la
noche), que le dedicó al tema dos centenares de portadas.
Yo, si fuera Camps, buscaría en qué entretenerme mientras espera esas disculpas, porque van a tardar… mucho.
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