En tiempos del gonzalato, los de la mano y el capullo, cuando la marea de corrupción era tan enorme que amenazaba con ahogarlos -a pesar de que la mierda flota-, se defendían afirmando que se trataba de casos aislados. Por decenas, por cientos, pero aislados.
En esto, como en tantas otras cosas, la égida
del psicópata de la Moncloa no hace más que repetir maneras ya adquiridas, sólo
que a mucha mayor velocidad. Lo que hace cuarenta años necesitó más de una
década para aflorar, ahora ha precisado de un lustro escaso.
Pero entonces, como ahora, los casos aislados
son tantos que amenazan con rebasar los límites del censo. Y ya no es que estén
pringados, o con sospecha de estar pringados, los parientes más o menos próximos
o remotos de los líderes socialistas, es que el fango -y empleo la palabra con
toda intención- alcanza incluso a quien comparte el lecho de la segunda magistratura
del Estado.
Porque tacita a tacita, trámite a trámite,
pieza a pieza, el juez que está instruyendo el caso sobre la susodicha la acusa
de efectuar una conclusión interesada y no ajustada a la realidad (en
román paladino, añado yo, de mentir), y señala que la investigación desborda ya los contratos adjudicados a Barrabés con fondos de la Unión Europea.
Todo fango, bulos y mentiras, por supuesto.
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