Si en la primera entrada de hoy me preguntaba en qué mundo vivimos, en ésta me pregunto en qué país vivimos. O, por mejor decir, qué clase de gente vive en España, con qué nivel de inteligencia (escaso) y qué nivel de miopía ideológica (aguda).
Porque considerar como efecto imprevisto de
la amnistía a los golpistas catalanes el provocar la recuperación de la unidad del separatismo y que los ierreceos sentencien al filósofo perico entra
dentro del rango de la ingenuidad suicida.
Si hay algo que los secesionistas catalanes
odien más que unos a otros (y se odian mucho entre sí, puesto que todos y cada
uno de los grupúsculos se consideran depositarios únicos de las esencias del secesionismo,
y consideran a los demás como una panda de blandengues posibilistas y
colaboradores con el odiado Estado opresor), es a España. Si se les deja a su
aire, se despellejan entre sí.
Pero si se les da una vía de escape, una
rendija por la que entre la luz de ese espejismo que es la Cataluña independiente,
se verán atraídos a él como las polillas a la luz o las moscas a la mierda (la
mierda que sale por el culo del caganer que les representa, por otra parte), y
hacia él avanzarán. Machacándose unos a otros como los hermanos Macana de los Autos
locos, pero avanzarán.
Y la ley de amnistía -o su aprobación parlamentaria, al menos- es esa rendija que el psicópata de la Moncloa les ha abierto.
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