Dice la sabiduría popular que no hay nada mejor que predicar con el ejemplo. Claro, que esta afirmación puede ser tomada en un doble sentido.
Si el predicador es una persona honesta, sincera,
coherente, la gente podrá ver la correlación entre sus palabras y sus actos y
hacer lo que predica, porque practica lo que dice. Ahora bien, si el predicador
es un hipócrita, si dice una cosa y hace, no una distinta, sino la
diametralmente opuesta, también podrá ser tomado como un ejemplo, pero a
contrario sensu: un ejemplo de lo que no se debe hacer.
La izquierda española -política, económica,
periodística, sindical- se caracteriza, en general, por pretender imponer a los
demás unas líneas de conducta que esa izquierda no sigue ni por aproximación. Otra
manera de describir la situación es que acusa a los demás de comportarse como
ellos en realidad se comportan.
Tomemos el caso de los últimamente tan traídos
bulos y fango, que el desgobierno socialcomunista que tenemos la desgracia de padecer
dice estar sufriendo y que son ellos los que emplean y propalan contra los
demás. De hecho, llevan haciéndolo, no años, sino décadas. Porque fue la
izquierda política la que sacó el dóberman de la derecha. Fue la
izquierda mediática la que habló de terroristas suicidas completamente afeitados
y con tres capas de ropa interior. Fue la izquierda política la que dijo que
los españoles nos merecíamos un gobierno que no nos mintiera (ellos, que no han
hecho otra cosa desde la única verdad que han dicho, proclamada en su estreno
parlamentario por el fundador de los del yunque y el tintero, ahora la mano y
el capullo). Porque fue la izquierda política la que le dijo a la mediática que
les convenía la crispación.
Porque, en definitiva y para terminar -que ya
toca ir mencionando la noticia-, fue el diario independiente de la mañana y
dependiente de Ferraz (o viceversa, según las temporadas) el que dedicó no una
ni dos ni tres, sino hasta ciento sesenta y nueve portadas, al que fuera
presidente popular del consejo regional de gobierno de la comunidad
autónoma valenciana, Francisco Camps. El mismo que ha sido absuelto no una ni
dos ni tres ni cuatro ni cinco ni seis ni siete ni ocho ni nueve, sino hasta
diez veces.
Si yo fuera el señor Camps, no esperaría sentado a que se disculparan. No lo harán.
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