No hacía falta ser una lumbrera para conjeturar que el caudal de euros que iba a llegar de Europa para la recuperación tras la pandemia no iba a servir de gran cosa, especialmente en España.
Y no hacía falta saberlo porque, con los de
la mano y el capullo una gran afluencia de fondos sólo puede tener dos destinos
(no excluyentes), y ninguno de ellos es el nominal: o bien suponen un
despilfarro (y el Plan E de zETAp fue un ejemplo palmario, con supuestos
en los que se gastaba más dinero en el cartel anunciador de la inversión que en
la propia inversión, por no hablar de que la inversión en sí carecía, en muchos
casos, de sentido práctico), o bien va a parar a los bolsillos de los propios
prebostes políticos o de sus amigachos.
Pero es que, además, y como pone de manifiesto este artículo, aunque el dinero se gaste en cosas verdaderamente necesarias y no haya que pagar ningún fielato por la corrupción y el latrocinio institucional, está el problema de la enorme maquinaria burocrática en que ha devenido lo que en origen era una organización que pretendía facilitar el comercio entre los países miembros.
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