Vaya por delante que considero el racismo es reprobable, vituperable, deleznable y criticable. Siempre. Pero, por lo visto, en este mundo postmoderno, woke y progresista, hay racismos de primera y racismos de segunda. O, por decirlo de otra manera, racismos intolerables y racismos tolerables.
El intolerable es, naturalmente, el de los
blancos hacia las demás razas (sí, ya sé que, a estas alturas, el concepto de raza
está superado etnológicamente, pero nos entendemos). Luego están los
perfectamente tolerables, como el de los negros (y mestizos, que en cuanto la
leche tiene una gota de café se incluyen en el grupo de gente de color).
Es decir, por lo visto se han lanzado insultos racistas (aunque todavía
no he logrado averiguar cuáles) a la saltadora española Ana Peleteiro… que, por
otra parte, tiene una boca tan grande como su talento atlético. Porque ella,
entre risas, hizo un comentario como es como mandar a un blanquito a la
final de cien metros lisos. Anda, que si hubiera sido a la inversa… Porque
español se nace, pero también se hace. Ha habido muchos deportistas españoles
no blancos -Sibilio, Engonga, Dujshebaev…- y no han tenido ningún problema, que
yo recuerde.
Y están las series de televisión
estadounidenses, en las que los protagonistas son negros y los blancos hacen el
papel de tontos (Cosas de casa) o, directamente, de malos (ROC).
¿Hasta cuándo hay que aguantar para compensar?
No quiero terminar esta entrada sin mencionar esos racismos de los que nadie habla: el de los chinos hacia los uigures, o el de los birmanos hacia los rohinyá, aunque en uno y otro caso juega también el componente de la religión.
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