Dice un viejo refrán castellano que aunque la mona se vista de seda, mona se queda. Otra expresión hace referencia a que a según qué personas se les ve el pelo de la dehesa. Finalmente, está el hecho de que puedes sacar a Begoña de la sauna gay, pero no puedes sacar a la sauna gay de Begoña.
Porque por mucho acicalamiento estético que
se haya hecho (que se lo ha hecho), muchos trapitos de marca que se ponga (que
se los pone) y mucho ringorrango que le metan a su currículo (que se lo meten),
la esposa del psicópata de la Moncloa no deja de ser lo que siempre ha sido:
una buena para casi nada, salvo para aprovechar las ocasiones y arramblar con
todo lo que pueda. Sin disimulo, además.
Porque ya se sabía lo de su titulación falsa,
su cátedra a medida y sus cartas de interés, que diría su esposo
(interés el de Begoña por Begoña, pero eso se lo calló); pero lo de encargar un
programa a multinacionales de la informática diciendo que es para la
universidad, y luego registrarlo ella a su nombre, está feo; lo de no pagar el impuesto correspondiente bordea peligrosamente la defraudación fiscal; el
colocar a la directora de innovación del grupo empresarial que ha tenido
relaciones sospechosas (financieras, no carnales, no me seáis mal
pensados… puaj) con la cónyuge de Sin Vocales como profesora del máster
que imparte la cátedra de marras, huele mal; y el hacerse pasar por informática,
sin serlo, hace que un colegio de ingenieros pueda denunciarte por intrusismo profesional.
La clase, o se nace con ella o no se tiene. Y Begoña no nació con ella.
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