Creo que fue Groucho Marx -o quizá fuera Woody Allen; en cualquier caso, casi seguro que se trataba de humor judío- que un político es alguien que propone soluciones para problemas que, de no existir el político, nunca se habrían producido.
Si ese político es, además, español y de izquierdas, uno puede estar casi seguro de que las soluciones que proponga serán, en el mejor de los casos, perfectamente inútiles… en el peor serán total y completamente contraproducentes: el caso paradigmático de es peor el remedio que la enfermedad.
Algo de esto hay en el reconocimiento de Palestina como Estado por parte del psicópata de la Moncloa. No por parte de España, ni siquiera del desgobierno socialcomunista que tenemos la desgracia de padecer. Ha sido el yerno del propietario de la cadena de saunas homosexuales el que, por sí y ante sí, ha tomado una decisión que, desgraciadamente, compromete a cerca de cincuenta millones de personas.
Y es que además, como ha puesto de manifiesto el ministro de Asuntos Exteriores de Francia, el reconocimiento no ha cambiado absolutamente nada (salvo que desde Jerusalén nos miran todavía con más ojeriza, añadiría yo). A mayor abundamiento, y como he leído por ahí, no se reconoce un estado, lo que se hace es establecer relaciones diplomáticas con él.
Si es que, además de malvados, analfabetos disfuncionales.
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