Para los creyentes (en el Dios de los cristianos, se entiende), la vida humana es sagrada. Toda vida humana, desde la concepción hasta la muerte, y la vida de todos los humanos, por miserables o despreciables que puedan ser.
De hecho, esa fue una de las razones que me
hicieron dejar de defender la pena de muerte. No porque piense que nadie se la
merece -de hecho, algunos merecerían morir varias veces-, sino porque el Señor
nos da la vida y sólo Él nos la puede quitar. Además, una cadena perpetua, sin
posibilidad de remisión, probablemente les cause mayor sufrimiento (pensamiento
poco cristiano, lo sé).
Sirva esta digresión introductoria -hoy la
cosa va de digresiones- para comentar la noticia de esta entrada, relativa a
que los de la mano y el capullo quieren retirar las ayudas europeas a las asociaciones en defensa de la vida y disparar el pago a las pro aborto.
El único consuelo que nos queda es que siendo
los progresistas abanderados de esta cultura de la muerte -aborto y eutanasia-
y partidarios de la homosexualidad, en un par de generaciones se pueden extinguir
solitos.
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