Por razones que no vienen al caso, supe de primera mano, no de la llegada de Alejandro Amenábar a España (tiene gracia que su familia huyera de la que se estaba montando en Chile -se avecinaba la dictadura de Pinochet-... a España, donde mandaba Franco), pero sí de cuando iba a empezar a hacerse conocido. Se referían a él como un chico un poco raro, que le gusta mucho el cine. Hay que reconocer que lo clavaron.
Que Amenábar tiene un talento cinematográfico
(técnicamente hablando) descomunal es algo fuera de discusión: sus dos primeros
largometrajes, Tesis y Abre los ojos, fueron dos obras maestras. Con
la tercera, Los otros, tuvo la mala suerte de coincidir en el tiempo con
El sexto sentido, de temática similar, y eso hizo que algunos vieran
algo más que esas similitudes.
A partir de ahí, con una posible excepción
-he tenido que consultar Wikipedia para localizar esa película-, toda su
filmografía está atravesada por sus convicciones personales (respetables pero,
por eso mismo, criticables): Mar adentro (no la he visto, ni ganas, pero
conozco sucintamente el argumento) está en pro de la eutanasia y/o el suicidio
asistido; Ágora tiene tantos medios como poco rigor histórico (y
bastante anticristianismo… otra que tampoco tengo interés en ver); Mientras dure la guerra trata el tema de Unamuno en Salamanca al comienzo de la Guerra
Civil desde un punto de vista de izquierdas (de nuevo, otra que no creo que
vea).
Y llegamos a su última película, que justifica
la entrada, y que trata el tema del cautiverio de Miguel de Cervantes en Argel.
La polémica ha saltado porque presenta al manco de Lepanto manteniendo
relaciones homosexuales: la justificación del director (y guionista) era que,
puesto que el mismo Amenábar es homosexual, no presentar como tal al autor del Quijote
habría supuesto traicionarse a sí mismo.
El que el asunto no tenga base histórica, ya si eso, lo dejamos para otro día.
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