Dijo Albert Einstein que un necio es quien, realizando los mismos actos, pretende conseguir resultados diferentes.
En el desfile del día de las Fuerzas Armadas
del año 2.003 -puedo haberme equivocado en el acto o en el año, pero estoy
razonablemente seguro de ambos-, el entonces secretario general del partido de
la mano y el capullo permaneció sentado al paso de la bandera de los Estados
Unidos de América. Lo hizo, dijo, como protesta por la invasión estadounidense
de Irak.
Al otro lado del Atlántico, las
justificaciones les importaron poco. Pusieron al sujeto en la lista negra y de
rebote -cuando pasó a presidir el gobierno de España, aupándose sobre dos
centenares de muertos- a España. Más le valdría haberle dejado allí, porque
cuando visitó el país se le ocurrió llevarse a sus hijas, vestidas de tal
manera que POTUS y FLOTUS, de negros que eran (y que son) palidecieron varios grados.
Ahora, el amigo de los terroristas es también amigo de los tiranos dictadores, asesinos y narcotraficantes. Y Estados Unidos, que tiene el presidente menos razonable desde, probablemente, Nixon, se plantea prohibirle la entrada en el país por su alianza con el conductor de autocares.
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