Hace diez días, el pijirrojo catalán que oficia de ninistro de Incultura dijo que, ante lo que ocurre en Gaza, habría que tomar medidas.
Y esas medidas no eran condenar los actos
terroristas de una organización criminal, asesina, racista y judeófoba como
Hamas, sino expulsar a Israel del festival de Eurovisión. De no atenderse esa
exigencia, España se retiraría del mismo.
Entiéndase que quien se retiraría del
espectáculo -tómese el término como se quiera- musical no sería el país, sino
la televisión pública estatal. Esa de la que el desgobierno socialcomunista que
tenemos la desgracia de padecer proclama que es la más plural, toleran y progresista
de la historia de España, pero que vomita sectarismo y consignas en cuanto el cada
vez más acartonado psicópata de la Moncloa mueve un ápice su tenso masetero.
Y como los lacayos serviles que son, el
consejo de administración del ente por antonomasia anunció ayer que no irá a Eurovisión si participa Israel. Inmediatamente, los medios se han lanzado a analizar las consecuencias de que tal decisión se lleve (que eso está por ver) a efecto: pérdida
de visibilidad internacional para la música española, debilitar el papel de
España dentro de la Unión Europea de Radiodifusión, que TVE pierda uno de sus
grandes eventos televisivos del año, que el Benidorm Fest pierda parte de su
atractivo internacional y su razón fundacional… A mi modo de ver, olvidan una
consecuencia, nada desdeñable: nos ahorramos escuchar los truños que, casi indefectiblemente,
mandamos año tras año, y el ridículo consiguiente.
Lo primero igual hace que al Norte de los Pirineos nos lo agradezcan, y todo.
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