La vocación de los servidores públicos debería ser, precisamente, el servicio público. Sin embargo, cuando gobierna el partido de la mano y el capullo, los cargos públicos devienen cargas públicas, porque miran primero por sí, luego por el partido y nunca por la gente.
Tomemos el caso del ministerio de
Transportes, antaño de Fomento (ese que, desde que dejó de ser de Obras Públicas,
había mantenido su nombre contra viento y marea), timoneado -es un decir- por
el Pitecantropus pucelensis. Ese que tiene el cincuenta y dos por ciento de la red de carreteras con deterioros de gravedad, mientras se gasta casi cien mil euros en la sede del ministerio para que sus funcionarios hagan yoga y pilates.
Que sí, que cien mil euros son una futesa al lado del presupuesto del ministerio (si lo sabré yo), pero por algo se empieza, y por un clavo se perdió un reino.
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