Los
populistas, sean autócratas o teóricamente demócratas, son demagogos por
naturaleza. No pueden evitar soltar soflamas que resulten, a sus oídos al
menos, solemnes y grandilocuentes. Parecen no percibir lo ridículos que
resultan muchas veces, rayando a veces en tendencias suicidas.
Tomemos
el caso de López Obrador, ese populista que gobierna al Sur del Río Grande y
que hace responsable a España de todos los males de su patria en particular y
del continente en general. Pues bien, semejante individuo ha cometido la
temeridad de decir que sólo se pondrá mascarilla cuando no haya corrupción en Méjico.
Pidiendo
de antemano perdón a mis lectores y familiares mejicanos -los segundos sé que
los tengo porque los conozco, los primeros lo deduzco porque me lo dice el applet
que he puesto ahí a la derecha (sí, ese que es un mapamundi)-, lo que ha hecho
AMLO (creo que ese es su acrónimo) es poco menos que proclamar que no se pondrá
mascarilla jamás. La corrupción es algo tan consustancial a Méjico como las
enchiladas, los mariachis y los corridos. Quizá algún día desaparezca, pero no
a corto plazo. Y dado que AMLO ya va teniendo una edad… pues eso, que creo que
cerrará definitivamente los ojos sin haber visto esfumarse definitivamente esa
lacra.
Por
una vez no por esto, pero sí por mucho más…
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