En
el mundo real procuro no hablar de política, ni siquiera cuando me
preguntan. Ni amigos, ni familiares, ni hermanos, ni padre: hablar de política
suele encabronarme, aunque el que hable conmigo esté de acuerdo con mis
postulados (funcionando entonces como una especie de echar gasolina al fuego).
Sin
embargo, como decía Aristóteles, el hombre es un zoon politikón, un
animal político. Claro, que el estagirita empleaba el término político
en el sentido de social, de ciudadano, mientras que yo, para
apoyar mi necesidad de opinar de la cosa pública, traduzco la palabra
griega usando su homófono español. Es decir, que el hombre no puede ser
apolítico.
Pero
claro, si siento la necesidad de expresarme, pero procuro no hablar con nadie,
eso es como poner al fuego una olla: acumula más y más presión hasta que acaba
reventando. Y no es plan, la verdad. Por eso, considero que escribir en este
blog tiene esas propiedades terapéuticas que dan título a esta entrada: me
permiten decir lo que pienso sin que nadie me lleve la contraria (tampoco es
que me fuera a importar: como suelo decir de mí mismo, digo lo que pienso y
pienso lo que digo), elaborar reflexiones -una suerte de discurso lógico,
podríamos decir, o de argumentos y contra argumentos- y, llegado el caso, dar
herramientas dialécticas (perdón por la presunción) a aquellos que puedan
leerme.
No hay comentarios:
Publicar un comentario