Cuando
empecé con esta serie de entradas semanales, la idea era que las reflexiones no
estuvieran vinculadas a la realidad inmediata. Sin embargo, la realidad es muy
puñetera, y parece que se empeña en confirmar mis postulados. O eso, o padezco
un caos agudo de sesgo de confirmación…
La
idea era decir que es bueno que los partidos políticos no sean bloques
monolíticos, sino que es bueno que en ellos haya diferentes tendencias (por
aquello del in media, virtus). Igualmente, es bueno que haya partidos con
una ideología digamos extremada, que evite que los partidos centrados se
parezcan tanto entre sí que devengan indistinguibles (lo que algunos llaman el
PPSOE).
Así,
la aparición de los neocom hizo que el PSOE abandonara el centro y se
escorara hacia la izquierda, para evitar que los morados les comieran demasiado
el terreno. Lo que pasa es que se han pasado de frenada y en algunas cosas son,
al menos de boquilla, tan extremos como aquellos que les amenazaban.
Por
el otro lado, la aparición de Vox debería haber producido un efecto parecido en
el PP, deteniendo la deriva hacia posiciones pseudo socialdemócratas (espacio
que, aunque menguando, ocupa en principio el partido pomelo) y volviendo a
conformar lo que fue en la última década del siglo XX y la primera del XXI: una
especie de casa común de la derecha.
Sin
embargo, hay una diferencia entre este PP y el PSOE de cualquier época: los de
(teóricamente) derechos están aquejados de maricomplejinismo, y tienen
un pánico cerval a ser tildados de derechistas o, lo que sería todavía peor, de
fachas (no como yo, que según quién me arroje el improperio a la cara
puedo llegar a considerarlo como el más encendido de los cumplidos). No en
vano, ya en tiempos de Aznar se hablaba de centro reformista.
Por
ello me ha encantado cuando Triple S, Rafael Hernando o Cayetana Álvarez
de Toledo han actuado como portavoces parlamentarios desacomplejados y han
llamado al pan pan, al vino vino, a la calientacamas calientacamas y al hijo
del terrorista hijo del terrorista. Algo parecido a lo que en su tiempo fue
Alfonso Guerra, al que podía respetar (porque no se escondía, ni fingía ser lo
que no era) aunque no compartiera sus postulados (porque, además, mentía como
un bellaco).
Centrándonos
en la actualidad inmediata, que Casado haya despedido a CAT como
portavoz en el Congreso -por más que parezca compensarlo con la promoción de
Martínez Almeida a primera línea… ahora que el popular es popular- no
puedo sino considerarlo un error de proporciones mayúsculas. No hay más que ver
quiénes se han alegrado: el desgobierno socialcomunista, que espera que este
cambio en la portavocía permita el entendimiento (cuando ya sabemos lo
que éstos entienden por entendimiento: asentimiento mudo y sumiso a todo
lo que digan); la extrema izmierda, a la que CAT atizaba día sí, día también;
y, entre mis conocidos inmediatos, los pijiprogres o los de la derecha maricomplejines.
Lo
dicho: Pablo, además de cavar la tumba de CAT, vete preparando la tuya…
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