jueves, 1 de abril de 2021

Proceso al proceso (130)

Cocomocho era un don nadie que por aquello de las casualidades y los odios cainitas de los secesionistas catalanes se vio elevado al puesto de la más alta representación del Estado en la región.

Aparentemente, los oropeles del poder le nublaron el escaso juicio que tenía -¿quién, en su sano juicio, llevaría un corte de pelo semejante?-, y ahora se cree mierda quien no llega a pedo. Recogió el testigo de Arturito Menos, no sólo como presidente del consejo regional de gobierno, sino también como sufridor del complejo de Moisés con barretina, la persona destinada a liderar al pueblo elegido catalán a la tierra prometida de la independencia (léase acentuando todas las sílabas, como hacen los energúmenos cuando la gritan en el minuto decimoséptimo, segundo decimocuarto, en el estadio que pudieron construir gracias a las recalificaciones y prebendas otorgadas por el gobierno del Caudillo de España y Generalísimo de los Ejércitos).

A donde guio a su pueblo fue a la ruina y la fuga de empresas, mientras él emprendía el camino a la zona donde el pequeño corso encontró su derrota definitiva. Y ahora, como un niño malcriado, se empeña en poner palitos en las ruedas de la secesión, fastidiando las votaciones de investidura del candidato propuesto por el partido del bleferóptico con sobrepeso, que una vez fuera su aliado y siempre su enemigo.

Lo dicho, una y mil veces: así revienten.

¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!

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