Cuando la izmierda española hace algo, bien hecho está (para ellos, claro). Cuando es la derecha la que hace algo parecido, aunque sea en menor medida, la actuación es vituperable y vituperada, denostable y denostada, criticable y criticada (por la izmierda, claro).
El hedor que desprendía el PSOE a
mediados de los noventa -no muy diferente, por otra parte, a la peste que ha
caracterizado toda sus historia- no eran más que casos aislados de
corrupción (lo mismo que el estercolero ético que ha sido la Junta de
Andalucía los últimos cuatro decenios); una condena, que además no dice lo que
la izmierda dice que dice, que toca de refilón al PP es usada como
palanca para montar una moción de censura.
Si la izmierda ofrece el
oro y el moro para que un partido que -aunque sea un muerto andante- se
encuentra en gobiernos de coalición se preste a realizar mociones de censura,
es luchar por la decencia y la transparencia (en realidad, no recuerdo
exactamente que soplapolladas soltaron y, francamente, me da lo mismo: si no es
lo que acabo de poner, serían otras de semejante jaez). Si esas mociones
fracasan porque a los parlamentarios de ese partido les da un ataque de
honradez -o porque les han ofrecido más, o mejor, vaya usted a saber-, entonces
hay cohecho y compra de diputados, y un filoterrorista, financiado por
machistas homófobos y antisemitas, anuncia que presentará una denuncia por ese
presunto delito.
Todavía estamos esperando.
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