Con todo este lío del coronavirus, el tema del calentamiento global o cambio ciimático había quedado un tanto aparcado: qué más da que el mundo se vaya a acabar en unas décadas si la gente muere por decenas de miles en cuestión de días.
Por lo tanto, nadie hacía ni
puñetero caso a la niñata sueca Greta Thunberg, paladina y santa laica de los
ecologetas. Todo el conglomerado económico montado a su alrededor -porque la
niñas es, simplemente, una máquina de hacer dinero- estaba mano sobre mano y,
lo que es peor, sin dar dividendos. Se hacía pues, necesario, devolverla al
primer plano.
Pero tal parece que quien ha
planificado el regreso haya sido el Rasputín de la Moncloa, esa supuesta
eminencia gris que últimamente no da una. Porque lo que ha ocurrido es que la
Organización Mundial de la Salud, ese organismo internacional dirige el etíope (y
sinófilo) Tedros Adhanom ha invitado a la joven sueca a ofrecer una charla
sobre coronavirus y cambio climático (que ya me dirán qué tiene que ver la velocidad
con el tocino).
Fiel a sus propuestas entre
delirantes y estúpidas, la novillera (por hacer novillos, no por lidiarlos)
mayor del reino ha exigido a las naciones ricas que dejen de vacunar a las
personas sanas porque crea desigualdad, añadiendo que no es ético que
un país con altos ingresos vacune a gente sana y jóvenes, a expensas de
personas más vulnerables o sanitarios en países con menos ingresos, todo
ello pese a que las campañas de vacunación que se están llevando a cabo no se
hayan hecho a expensas de nadie, ni países pobres ni de los otros.
Quizá no por ello, pero sí por mucho más…
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