En este mundo actual de ofendiditos e hipersensibles de izquierda, cualquier cosa que se diga, o que se diga que se dice, es tomada como una descalificación categórica (de categoría), no como una referencia ad personam (y así me ahorro el tener que añadir mulierem al ad hominem que había escrito inicialmente).
Cuando Jesús Gil, para referirse
a un jugador negro del Atlético de Madrid -puede que fuera Fortune-, se refirió a él como ese negro
gilipollas, todo el mundo le acusó de racista. No parecían darse cuenta de
que -esa es mi impresión- el insulto radicaba en la palabra gilipollas,
no en la referencia a la raza del aludido, usada sólo como una manera rápida y
precisa de identificar al gilipollas en cuestión.
Del mismo modo, hace un par de
semanas, en el partido de liga entre el Valencia y el Cádiz, un jugador del
primero -Diakhbay- acusó a otro del segundo -Cala- de haberle llamado negro de mierda. Dejando aparte que todavía no se ha demostrado que dijera tal cosa,
la prensa se apresuró a calificar la frase de grave insulto racista. No voy
a entrar si el insulto es racista o no -si te diriges a un negro, lo más lógico
es llamarle negro-, y lo de que fue dicho (si se dijo) con intención de
ofender queda fuera de toda duda.
Pero vamos, considerarlo grave
creo que es pasarse. De hecho, es casi la cosa más suave que puedes decir para
molestar a una persona de color (mira que he estado intentando evitar la
expresioncita de marras). Más grave es llamarle mono (por más que los
negros sean, salvo en el color, los menos parecidos a los simios de todas las
razas), tirarle plátanos o gruñirle como si fueras un chimpancé.
Pero lo dicho, vivimos en un mundo en el que algunos tienen la sensibilidad a flor de piel… o hacen como que la tienen.
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