En más de una ocasión he empezado una entrada de este blog con las palabras un rasgo que comparten los políticos españoles de izquierdas y los secesionistas periféricos, u otras equivalentes. Hoy toca volver a hacerlo.
Porque algo que tienen en común
es el desprecio que tienen por la vida de todos aquellos que no sean de su cuerda;
incluso, llegado el caso -el caso de alcanzar o seguir detentando el poder-,
por la de aquellos que son de su cuerda pero suponen un obstáculo en su persecución
del objetivo único (véase, si no, qué rápido han olvidado los de la mano y el
capullo a todos sus muertos, asesinados por los de la boina y la capucha, sólo
porque los escaños de estos les son necesarios para mantenerse en la poltrona).
Los golpistas catalanes odian -esa es la palabra- a las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado. Por ello, no es de extrañar que pusieran a sus miembros a la cola a la hora de aplicarles la vacuna contra la Covid-19 (y lo hicieron única y exclusivamente por pertenecer a ese colectivo, ya que las excusas que dan para no haberlo hecho son contradictorias y, por eso mismo, falsas). Por ello, no es de extrañar que rabien por tener que vacunarles (por orden, además, de la igualmente odiada justicia española). Por ello, finalmente, se dedican a azuzar el odio contra ellos.