El partido de la mano y el capullo, desde su más tierna infancia política, siempre han tendido a confundir el Estado y el partido. Por esa legitimidad autoconcedida de la izquierda, consideran que el poder les corresponde, les pertenece, es suyo para hacer lo que les plazca con él.
En esto, el psicópata de la Moncloa, como en
tantas otras cosas, no es sino un ejemplo más acabado de lo que siempre ha sido
una característica inherente de la formación. Pero ahora, además, confunden el
partido con la familia del líder. Es decir, que cuando se investiga la posible
actividad delictiva de la pareja del presidente del desgobierno socialcomunista
que tenemos la desgracia de padecer, o de su hermano, se está yendo contra el
partido, es decir, contra él, es decir -por esa identificación que hacen de
izquierda y democracia- contra la democracia.
Pero, si se les conoce, uno puede ver la
verdad a través de todas las cortinas que interponen. Y si la mujer del
psicópata -que ya me dirán qué demonios pinta en un acto de partido- llega al
congreso de la formación entre besos y autofotos y proclama que está tranquila, serena y confiada, al aplicar la regla de que esta gente miente por
sistema, habrá que concluir que en realidad está nerviosa, histérica y
preocupada.
Motivos tienen.
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