Hay quienes tienen miedo de lo que la llamada inteligencia artificial pueda llegar a alcanzar. Temen que, al modo en que ocurre en la saga Terminator, desarrolle conciencia propia y acaba buscando eliminar a los seres humanos de la ecuación. Por ello, defienden establecer controles a la misma.
Entre quienes se encuentran en la vanguardia
normativa de esta regulación está el desgobierno socialcomunista que tenemos la
desgracia de padecer. Quizá sea por su deriva autocrática -aunque llamar deriva
a lo que es un rumbo nítidamente trazado resulta un sarcasmo-, que les
impulsa a controlarlo todo.
O quizá sea
porque, consultado ChatGPT sobre cómo se puede valorar el hecho de que el
fiscal general del Estado destruya pruebas, la IA respondió de manera tajante
con absoluto rechazo a la idea de que un fiscal general pueda cometer semejante
acción, sentenciando que pone en peligro la integridad del sistema judicial.
Claro, que teniendo en cuenta que la inteligencia artificial, de momento, está programada por personas y que, por lo tanto, incorpora los sesgos de esas personas, estamos a nada y menos de que el psicópata de la Moncloa declare fascista, fábrica de bulos o máquina de fango a la conocida herramienta informática.
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