Cuando un partido político no tiene la mayoría absoluta, puede optar por dos vías para gobernar. La primera exige sentido de Estado, y consiste en buscar acuerdos con otras formaciones que también tengan sentido de Estado; a ser posible, con un pacto de legislatura, al estilo de la gran coalición que gobernó recientemente en Alemania.
La segunda requiere sólo la voluntad de detentar el poder tanto tiempo como sea posible. Para ello, ofrecerá lo que sea a quien le prometa sus votos, aunque ni una ni otra parte sean de fiar. Lo malo para el país en este segundo caso es que un gobierno en tal situación de debilidad se encuentra a merced de quienes, por tener los votos necesarios, le tienen agarrado por los dídimos. Y apretarán y apretarán una y otra vez, como hacen los ierreceos en Madrid y en Barcelona: el bleferóptico con sobrepeso amenaza al psicópata de la Moncloa y al filósofo perico, exigiendo para ya la condonación de la deuda regional y la financiación singular.
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