Está muy bien eso de luchar contra el cambio climático -que es como luchar contra las mareas, una tarea condenada al fracaso-, intentando emitir menos gases de efecto invernadero (pero sólo en Europa, porque en Estados Unidos se pasan esas ideas por el escroto, y no digamos ya en los dos países más poblados del planeta)… aunque ningún ecologista sandía tiene en cuenta lo que contamina fabricar baterías y, luego, encargarse de las mismas una vez acabada su vida útil.
Está muy bien, como digo. Pero lo que no se
puede pretender es que se cumplan unos plazos impracticables en cuanto a la transición
hacia el vehículo eléctrico: ni hay suficientes puntos de repostaje, ni los
coches eléctricos tienen la suficiente autonomía -ahora resulta que el progreso
es… un regreso a hace un siglo o dos, cuando viajes que hoy se hacen del
tirón tenían que hacerse en dos o tres etapas-, ni su precio permite una
adquisición generalizada.
Así las cosas, Francia -un país en el que, tradicionalmente, las tonterías que han permitido son las justas- ha decidido recortar las subvenciones a este tipo de automóviles.
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