De vez en cuando me doy una vuelta por Twitter (perdón, X) y me dedico a contestar tuits. Siempre he pensado que esa red social se creó pensando en gente como yo: hay que concentrar en una par de cientos de caracteres todo un mensaje con contenido.
Algunos son de personas que respeto -como
Alfonso Reyes, candidato desde ya a máximo creador de epítetos-, pero en
general se trata de personas que se hallan en una posición ideológica distinta
de la mía, por no decir opuesta. Salvo en el caso de los terroristas (una vez
terrorista, siempre terrorista), que no es que carezcan de sentido del humor,
es que tienen muy mal carácter, y cualquiera sabe si podrían reaccionar como
solían y como les gusta de verdad.
Todo ello, desde luego, sin perder nunca las
formas. Porque he comprobado que esa gente carece de sentido del humor y de
educación: en cuanto les tocas un poco las narices (he de confesar que ese es
mi propósito principal, pero… es que es tan fácil), saltan.
Hace una o dos semanas me topé con un
marxista confeso, que sostenía que todo lo bueno que hay en este mundo
(occidental) se lo debemos al jeta vocacional y a la doctrina que escretó. Cuando
le pedí que me dijera una sola cosa concreta, se fue por las ramas o señaló
cosas que, como las cooperativas, ya fueron propuestas, si no me equivoco, por
los llamados socialistas utópicos (repetid conmigo, niños: Saint-Simon, Fourier
y Owen). Cuando le mencioné a Orwell y su Rebelión en la granja, me
saltó con que el inglés no criticaba el marxismo, sino el estalinismo (que,
como todo el mundo sabe, es algo completamente diferente y que no tiene nada
que ver).
En esto me recuerda a un pariente mío, buena
persona e inteligente, pero de izquierdas, que cuando señalé que en China
(continental) gobiernan los comunistas me dijo que aquello no era comunismo,
era un régimen de latrocinio o cosa similar.
Concluyendo, que el marxismo debe ser una doctrina fetén, estupenda, chachi piruli, lo mejor de lo mejor, con un único defecto: los marxistas.
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