La actitud de los relacionados con la (presunta) trama de corrupción que rodea al partido de la mano y el capullo en general, al desgobierno socialcomunista que tenemos la desgracia de padecer en particular, y al entorno más próximo del psicópata de la Moncloa en concreto resulta, para malpensados como el que esto escribe, profundamente sospechosa.
Así, tenemos a Lobito, que apuntó a la
número dos del Pitecanthropus pucelensis y entregó su teléfono al juez para que la Unidad contra el Crimen Organizado lo clonase. Será
que no tiene nada que ocultar.
Así, tenemos al fiscal particular del gobierno, que declinó comparecer en el Senado contraprogramando un acto en Toledo. Será porque teme que el
declarar pueda volverse contra él.
Así, tenemos de nuevo a Lobito, que admitió que consensuó con Santos Cerdán (qué apellido más premonitorio) su primer comunicado sobre los
mensajes con Moncloa. Puesto que es algo que le incrimina, cabe pensar que será
cierto.
Así, tenemos a la asesora de Moncloa que se negó a declarar en la comisión de investigación del Senado, y a Javier Hidalgo, que no aclaró su
relación con Begoña Gómez. Será, de nuevo, porque temerán que el declarar o
aclarar les podría perjudicar.
Así, por fin, tenemos a Petisú, que acusa al PP de usar un discurso golpista por pedir la dimisión del psicópata de la Moncloa. Por mucho menos pedían ellos la dimisión de Rajoy antes de montar la coalición Frankenstein que instaló al psicópata en la Moncloa.
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