Siguiendo mi teoría de trilogía de trilogías, este octavo volumen sería el nudo del desenlace. Y, en efecto, el escenario queda establecido para la confrontación final contra los verdaderos enemigos de toda la saga, enemigos que todavía no han hecho acto de presencia más que como meras sombras o referencias.
En la línea de ir atando cabos, o cerrando tramas, hay personajes que fallecen, bien de muerte natural -lo extraño era que hubieran durado tanto-, bien en el cumplimiento del deber. La única posible sorpresa -posible sólo en la novela, puesto que en imagen real habría sido difícil mantenerla tanto tiempo- es que un personaje que aparece ex novo resulta no ser tan nuevo. Lo cual viene justificado por la aparición de un nuevo personaje POV, Teresa Duarte, que también ve con ojos nuevos a individuos como Alex o Naomi, a los que los lectores conocemos desde hace ya muchas páginas.
Según Wikipedia, la Tiamat del título es la deidad primordial del mar salado perteneciente a la mitología babilónica, también asociada a un monstruo primordial del caos con la apariencia de una gigantesca serpiente o dragón marino. También de acuerdo con Wikipedia, en el artículo dedicado al libro, esta diosa tomó parte en la creación del Universo. Tomando en conjunto ambas referencias, podría interpretarse que equivaldría a los misteriosos entes que destruyeron la civilización de los creadores de la protomolécula, y su ira sería la provocada por las acciones del imperio laconio.
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