En los alrededores del butifarrendum II, el charnego de apellido delator aseguraba que estaría, a lo sumo, dieciocho meses calentando el escaño del edificio de la Carrera de San Jerónimo y que luego, sin solución de continuidad, regresaría a la esquinita nororiental de la piel de todo.
Como buen político español de izquierdas, mentía.
Años después, ahí sigue, pegándose la vida padre a costa del erario público y hollando
con sus plantas la Villa y Corte. Aunque, según él, asegura que no puede ir por la calle en Madrid, que le han agredido tres veces y que la policía no hace nada.
Pues la solución es muy sencilla: que cumpla lo prometido.
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