Antes, los tiranos no tenían miedo, vergüenza ni pudor en reconocer que lo eran: de el Estado soy yo a todo para el pueblo, pero sin el pueblo, no les dolían prendas en admitir su autocracia.
Ahora, las cosas son distintas: de la
democracia orgánica a la popular, todos buscan bautizarse con ese
que, según Winston Churchill es el sistema político menos malo, descartados
todos los demás. Incluso simulan guardar las formas de la democracia… Dios sabe
por qué.
Tenemos al psicópata de la Moncloa, alguien
que hace que el asesino de Montesquieu parezca una ursulina. De su fiscal
particular al su mamporrero en el Tribunal Prostitucional, aspira a que todo se
someta a su voluntad. Y lo que todavía no controla, intenta controlarlo.
Es el caso de la presidente del Consejo
General del Poder Judicial y del Tribunal Supremo, que aunque pertenece a la corriente
de la judicatura llamada progresista, está demostrando tener los ovarios
bien puestos y atender más a su juramento profesional que a sus presuntas ideas
políticas.
Y por eso el psicópata la presiona, para poder controlar las salas de lo Penal y lo Contencioso del Tribunal Supremo. No sea que, por esos azares de la vida, pierda el poder y tengan, él o sus allegados, que sentarse en el banquillo.
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