Dice el refrán que antes se coge a un mentiroso que a un cojo. Cuando el mentiroso es, además, estúpido y cobarde, no hay ni que ir a por él, porque se entregará solito.
Es lo que parece estar pasando con los
responsables del desastre en Noviembre con las lluvias torrenciales en
Valencia. Una parte no desdeñable de la culpa de lo sucedido recae en el
gobierno regional -y, por metonimia, en su presidente, Carlos Mazón- que, según
todos los indicios, actuó tarde y mal (valga la redundancia). Otra parte, en el
desgobierno socialcomunista que tenemos la desgracia de padecer y, por
metonimia, en el psicópata de la Moncloa, ese que dijo si necesitan ayuda, que
la pidan.
Pero los polvos de los que vinieron estos lodos
-valga el macabro juego de palabras- vienen de atrás, y los responsables son
los de siempre, los de la mano y el capullo. Porque la Confederación
Hidrográfica del Júcar, organismo de cuenca encargado de la gestión hídrica del
río, ha admitido que las obras del barranco del Poyo se pararon por la Ley de la huerta de Timo Puch.
Pero contra ese no hay manifestaciones, qué va.
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