Podrá haber pasado por la peluquería para apañarse el repelente corte proletario que llevaba; podrá vestir modelitos de marca que muchas de los que la votan ni siquiera sueñan en probarse; podrá hablar con ese tono sincopado y sobar a casi cualquiera que se le pone por delante; podrá hacer todas esas cosas y muchas más, pero la tucán de Fene es lo que siempre ha sido y lo que lleva trazas que siempre será: una comunista de manual.
Y por eso las medidas que propugna parecen
sacadas directamente de los escritos de hace dos siglos, que es cuando nació el
marxismo y donde se ha quedado anclado, mientras que el mundo ha seguido
evolucionando y ha dejado a la ideología del jeta vocacional y sus epígonos
criminales muy atrás.
Porque nada hay más comunista, y por ello más
demagógico, que crear una comisión con
un nombre rimbombante, como el de Personas expertas sobre la democracia en
el trabajo. Nada hay más comunista, y por ello más demagógico, que buscar el control de las empresas por
parte del poder político. Nada hay más comunista, y por ello más demagógico, que
defender el acceso de los trabajadores a la propiedad de los medios de producción.
Todos estos expertos, con la Yoli
Tenacillas a la cabeza, parecen olvidar una cosa: que en el trabajo no existe la
democracia. El que pone el dinero, manda -con respeto al ordenamiento jurídico,
por supuesto, que esto no es el capitalismo salvaje de cuando el judío alemán
se dedicaba a vivir a costa del hijo del industrial-, y los demás obedecen.
Y, hasta que se demuestre lo contrario, es el empresario el que pone el dinero.
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