Las cesiones de los sucesivos gobiernos estatales -de uno y otro signo- a los separatismos vasco y catalán han sido demasiadas como para contarlas, y demasiado continuadas como para establecer fases.
Desde el hablar de nacionalidades en
la Constitución de 1.978 -para contentar a dos regiones que nunca, jamás, en
ninguna fase de su historia, fueron nación ninguna, más que un arrejuntamiento
de territorios pero sin unidad- hasta las sucesivas cesiones, pasando por
aquella sandez de yo hablo catalán en la intimidad, todo ha sido un no
parar.
Pero nunca se cedió tanto, tan deprisa, de
forma tan descarada y de modo tan abyecto como tras la llegada del psicópata a
la presidencia del desgobierno socialcomunista que tenemos la desgracia de
padecer. Nunca nadie dio tanto a cambio de tan poco. Y lo que está entregando
es España, poco a poco pero sin descanso. Lo último (de momento), la idea de la
condonación de la deuda de la región, que ocultaría, en realidad, la entrega en cinco años de un importe equivalente a toda la deuda pública catalana.
Ya no es que nos roben, es que se lo damos directamente.
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