martes, 25 de marzo de 2025

Reflexiones atemporales CCLII – Mi método dialéctico

Dentro del viril arte de la autodefensa hay dos clases de participantes: por un lado, los finos estilistas; por el otro, los rudos fajadores. Naturalmente, se trata de prototipos ideales, porque no existe el tipo puro: uno no puede pasarse un combate esquivando golpes sin parar, ni tampoco recibiéndolos sin conseguir conectar ninguno.

Pero, dentro de las controversias, yo estoy más cerca del rudo fajador. Vaya por delante que, en general, no discuto, porque estimo que supone una pérdida de (mi) tiempo: al estar convencido de mi postura, el otro no me va a convencer; por otra parte, al ser mal negociador, es difícil que logre convencer a la parte contraria.

Por lo cual, lo que suelo hacer es meterme en intercambios de invectivas (es un decir, al menos por mi parte) en las redes sociales, en los que sigo una doble táctica: la reducción al absurdo (o interpretar literalmente lo que se me dice) y no perder nunca la calma. Esto acaba por exasperar a la otra parte, que suele desistir. O, como suelo decir yo, otra victoria por abandono del contrario.

Otra descripción que serviría es la de no tendré mucha puntería, pero me sobra munición y cadencia de fuego. Es decir, que puedo estar aduciendo razones hasta el infinito y más allá… o hasta que el otro tire la toalla, lo cual ocurre indefectiblemente, básicamente porque yo me niego a hacerlo.

¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!

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