Como buenos izquierdistas españoles, los del gremio del cine predican una cosa con carácter general y practican otra con carácter particular.
Bramarán contra el supuesto terrorismo
de Israel al defenderse de los ataques palestinos, pero nunca calificarán de
terroristas a grupos como Hamás o Hizbolá. Y mucho menos se atreverán a
condenar las actividades de la banda terrorista vasca de ultraizquierda, no
digamos ya en el festival de San Sebastián.
Por eso tiene mérito haber hecho una película
que, sin maniqueísmos ni falsas equidistancias, narra un episodio de la lucha
contra el terrorismo. Por eso tiene mérito que, en esa entrega de premios que
es la triste imitación patria de los cada vez más devaluados premios de la
academia estadounidense -mira por dónde, los niveles se están equiparando, pero
porque ellos bajan, no porque nosotros subamos-, la productora de la película
protestara contra el blanqueamiento de la historia criminal de la banda delhacha y la serpiente, y defendiera que eso también es parte de nuestra memoria histórica.
Y con el psicópata delante, para más inri.
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