El partido de la mano y el capullo ha sido, desde siempre, bastante monolítico. Hace un siglo, las depuraciones se producían al marxista modo, pero las cosas han cambiado. Con la llegada de la democracia y el ingreso en Europa, había que hacerlo de otro modo.
Sin embargo, la amenaza estaba ahí, y el que
se movía no salía en la foto. Y esto ocurría en una etapa en la que, aunque el
poder del secretario general era algo a considerar, los llamados barones pintaban
algo.
Ahora, las cosas han cambiado, en cierto
modo. El poder del secretario general -el psicópata de la Moncloa- es tan omnímodo,
ha desactivado de tal modo los resortes que suponían los contrapesos, que pone
y quita dirigentes territoriales a su antojo. En todos los lugares salvo en
uno, Castilla-La Mancha, donde todavía retienen la mayoría absoluta.
Y por eso, el dirigente regional se permite
desahogos como decir que siente bochorno por el pacto sobre inmigración con
los jotaporcatos, y que no se puede gobernar a cualquier precio. Mucho
se va, se va, se va… al final se queda.
Por otra parte, esto poner de manifiesto la perversión en la percepción de la política española: hay quienes protestan porque no dice a sus diputados (los elegidos en las provincias de la región) qué votar… olvidando que el mandato de los parlamentarios es representativo, no imperativo. En teoría, nadie puede decirles qué y qué no deben votar.