Los de la mano y el capullo suelen actuar como si el ordenamiento jurídico no fuera más que una molestia que se interpusiera en la consecución de sus objetivos que, en realidad, se reducen a uno bifronte: alcanzar el poder y detentarlo tanto tiempo como les sea posible.
Sin embargo, por ayunos de escrúpulos que
estén, conocen el miedo. Miedo a que el poder se acabe, miedo a que no todos se
plieguen a su voluntad, miedo, en suma, a las consecuencias de sus actos.
Cómo será la cosa que hasta Golpe Pumpido
ha mandado a sus vocales a tantear si el Tribunal Supremo se atreverá a imputarlo por prevaricación si rescata al fiscal particular del desgobierno socialcomunista
que tenemos la desgracia de padecer.
¿Hay miedo, Cándido?
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