En el mundo actual, en el que la corrección política es lo que decide la izquierda que sea correcto, si alguien de su gremio dice una barbaridad, no pasa nada, es derecho a la libertad de expresión. Pero si alguien que no es de su gremio dice esa misma supuesta barbaridad, se arma la marimorena y le caen encima las diez plagas de Egipto (que no siete, como dicen muchos ignaros), todos los anatemas laicos y un montón de adjetivos terminados en fóbico.
Es el caso de Airine Fontaine, una futbolista
profesional francesa, hija de padre cristiano y madre musulmana, que en un
reportaje de un medio religioso ha tenido la osadía de decir que Como
dice la Biblia, la homosexualidad es un pecado… animo a estas personas a luchar
y tratar de salir de ello. Unas declaraciones explosivas, según el titular.
Según dice el artículo, la frase tiene un
claro tinte homófobo. Desde mi punto de vista, la homofobia sólo está en la
mente de quienes critican las declaraciones de la jugadora. En esta vida sólo
caben dos posibilidades: o eres creyente, o no lo eres. Si no lo eres, lo que
digan las religiones en el ámbito puramente moral te trae al pairo: yo siempre
doy gracias a Dios por hacerme nacer cristiano, y no judío, musulmán o hindú,
porque así puedo disfrutar del vacuno y del porcino, dos de mis carnes
favoritas.
Y si eres creyente, ¿dónde está la explosividad? ¿Considera el cristianismo un pecado la homosexualidad? Sí. ¿Considera el islam un pecado la homosexualidad? Sí (y además, llegado el caso, sufraga al pecador el billete de ida al infierno). ¿Entonces? ¿No ha de haber un espíritu valiente? ¿Siempre se ha de sentir lo que se dice? ¿Nunca se ha de decir lo que se siente?
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