Dicen que una cadena es tan fuerte como el más débil de sus eslabones. En ese sentido, el psicópata de la Moncloa debería estar preocupado por la cadena de corrupción que ha forjado en torno a su persona.
No por sí mismo, que ya sabemos que tiene la
faz de hormigón armado y menos escrúpulos que un adoquín. Tampoco,
probablemente, por los miembros del desgobierno socialcomunista que tenemos la
desgracia de padecer. Han ligado su destino al del puto amo y saben que
su mejor seguro de supervivencia es asegurar la de quien les puso allí.
Pero hay gente que está progresivamente más
alejada del núcleo del poder. Gente que tiene menos paraguas, menos parapetos,
para protegerse del chaparrón de mierda que les está cayendo (porque ellos la
arrojaron previamente, claro está). Gente que quizá piense que tiene más a
ganar que a perder si tira de la manta. Gente como Ábalos, que ya no es ministro;
gente como Koldo, que nunca lo fue; gente como Víctor de Aldama, que sabe
tanto, al parecer, que podría comprarse varias inmunidades de las de las
películas americanas; o gente como las amigas de Ábalos, que cobraron
pingües sueldos sin dar un palo al agua y que podrían salpicar incluso a la vicepresidente, vicesecretaria y vicecandidata.
Demasiados eslabones como para que no falle alguno.
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