Si hay algo que encarne a la perfección el llamado ecologismo sandía -verdes por fuera, rojos por dentro- es la organización llamada Greenpeace (o, traducido finamente, orina verde).
Porque protestan mucho contra las
prácticas y políticas teóricamente contaminante de los países occidentales (saben
que no les pasará nada), pero callan como gallinas ante los desafueros medioambientales
perpetrados por la República Popular China, probablemente el país que más ha
hecho por la degradación ecológica en toda la Historia, con permiso de la Unión
de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Qué casualidad, dos dictaduras comunistas…
¿o no es tanta casualidad?
Por eso, cuando he leído que la
citada organización ha sido condenada a pagar seiscientos sesenta millones de
dólares (al cambio, unos seiscientos cinco millones de euros) en concepto de
daños y perjuicios a una compañía petrolera como responsable de difamación. Los
ecolojetas, claro está, han recurrido, pero la sanción establecida es
veinte veces su presupuesto anual, lo que podría llevar a la quiebra de la
franquicia estadounidense de los sandías.
No es que me dé ninguna pena, la verdad.
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