Hubo una época, ya algo lejana, en que desde Miguel Yuste se ordenaba y en Ferraz -y, cuando ello era posible, también en el Palacio de la Moncloa- se obedecía sin rechistar.
Hubo otra época, algo más cercana,
en que desde Moncloa, hartos quizá de tanta directriz externa, plantearon crear
una especie de contrapoder mediático. Como casi todo lo que se hace en medios
de comunicación forzando la máquina, la cosa no salió bien y el contrapoder
acabó perdiendo realidad y siendo sólo virtual. Algo que, por otra parte,
también habría pasado en Miguel Yuste de no ser por las continuas prebendas,
gabelas, favores y regalos que recibían desde el poder.
Y ahora es Moncloa quien quiere
controlar a Miguel Yuste. Pero desaparecido hace ya años el Jesús del Gran
Poder, y no estando sus herederos y sucesores a la altura -quizá sí en mala
baba, pero no en astucia y ausencia de escrúpulos-, ha entrado otra gente a dirigir
el cotarro. Gente que viene de allende los Pirineos, donde las cosas son un
poco diferentes y el poder político no persigue controlar el mediático o, al
menos, no de un modo tan descarado.
Gente que ha advertido al desgobierno socialcomunista que tenemos la desgracia de padecer que querer controlar el conglomerado mediático que una vez lo fue casi todo en España sería inaceptable.
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