Cuando el psicópata de la Moncloa llegó al poder y cambió el colchón del dormitorio principal de la residencia oficial de la segunda autoridad del Estado (aunque, auctoritas, más bien poquita), formó un gabinete que no mucho después -o quizá es que se nos haya hecho muy corto- se transformó en el desgobierno socialcomunista que tenemos la desgracia de padecer.
En aquel consejo de ministros había personas
que tenían un cierto poso -ha quedado demostrado que no un poso cierto-, una
carrera a sus espaldas. Había escritores y jueces, economistas y astronautas.
Luego, la cosa se fue torciendo. Llegaron los
comunistas y se fueron marchando los que tenían personalidad, criterio o, simplemente,
mejores cosas que hacer, hasta que se han ido quedando sólo los incondicionales
-los sumisos, los serviles, los pelotas, los lameculos- aunque tuvieran -o
parecieran tener- a priori algo de criterio, como Marlasca o Robles.
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