Tengo
que reconocer que no recuerdo cómo tuve conocimiento -y, de rebote, decidiera
comprarlo- de este libro. Es posible que fuera a través de una serie de asociaciones,
parecida a esas que a veces rigen mis procesos mentales y que me hacen llegar a
un lugar alejado, aunque conectado de un modo lógico, del punto de partida. También
es posible, incluso probable, que me topara con él por casualidad y que, al
leer la reseña sobre el mismo, decidiera adquirirlo.
Por
lo que dicen, es uno de los primeros ejemplos de la literatura fantástica tal y
como la conocemos actualmente; si bien la literatura fantástica actual
difiere tanto del relato de MacDonald como el ser humano actual del Australopitecus afarensis, precisamente porque se ha producido una evolución semejante.
En
cierto modo, por el (aparente) sinsentido de algunos pasajes, esta obra guarda
ciertas semejanzas con la celebérrima de Lewis Carroll, de quien MacDonald, por
lo visto, fue mentor y amigo. Pero allá donde Dodgson introducía surrealismo y
un posible anarquismo, MacDonald planta, a mi parecer, -aunque entretejido con
algunas escenas dignas del mejor (y más truculento) Dickens- un sentido de la
trascendencia y de la alegoría con indudables raíces cristianas. Porque al
final se da a entender que uno de los aspectos de Viento del Norte, ese nombre más
horrible de todos que no llega a revelar a Diamante, es el de la muerte;
pero quiero pensar que en la intención de MacDonald estaba el considerarlo como
el ángel de la muerte: terrible e inexorable, sí, pero con una parte celestial
y divina también.
Es
muy probable que esta obra, por su temática fantástica y por sus dos personajes
principales, un niño y un (a falta de una denominación mejor) espíritu mágico,
corra el peligro de ser incluida en esa categoría que, a menudo con carácter
despectivo o minusvalorativo, se denomina literatura infantil. Un error,
en mi opinión: es muy difícil escribir sobre temas complicados -y los que trata
el libro lo son- de un modo (aparentemente) sencillo, y los destinatarios de
tales obras no son los niños, sino los adultos, y unos adultos con un cierto bagaje,
además. Es muy probable que hace veinte años, o incluso sólo diez o cinco, yo mismo no fuera capaz de
apreciar la obra y captar sus matices (o lo que yo percibo como tales) como lo
he hecho una vez rebasado el medio siglo de vida.
Para
concluir, un comentario. La primera frase del penúltimo párrafo de la
introducción reza Es difícil exagerar la importancia de MacDonald, que
siempre utilizó la fantasía como un medio para explorar la condición humana, en
la Literatura fantástica. El último párrafo lo integra una sola frase, que
dice Sin la emergencia de la escritura fantástica de George MacDonald,
rayana en el misticismo, en una época en la que imperaba el realismo y la
fantasía no estaba de moda, es muy posible que la literatura fantástica no
existiera como hoy la conocemos.
Si
la valoración es acertada, la exageración no es que sea difícil: es imposible.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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