Si algo nos enseñó el siglo aproximado que comenzó con la Revolución Francesa y terminó con la unificación de Italia y Alemania es que los que criticaban el régimen imperante y lo derribaban acababan, más pronto que tarde, instalándose en el lugar de aquellos a quienes habían derribado, adoptando sus modos, maneras y vicios, y teniendo a su vez que ser derribados por otros, volviendo a comenzar el proceso.
Ciento cincuenta años después, las cosas no han cambiado en lo más mínimo. Los neocom ocuparon las plazas públicas -generalmente, de aquellos lugares en los que gobernaba el PP-, clamando contra la casta, los sueldos de los políticos, el aislamiento de estos respecto de la gente, y defendiendo las ocupaciones, la resistencia a los desahucios y el acoso a políticos y a sus familias.
Pero hete aquí que han encontrado a unos cuantos millones de oligofrénicos -o de resentidos, vaya usted a saber- que les han votado y les han permitido encaramarse al poder. Y los que criticaban a un ministro por vivir en un ático de seiscientos mil euros, ahora viven en una casa con parcela y piscina de igual precio (declarado). Los que criticaban a la alcaldesa de Madrid por ser la esposa de quien fuera presidente del Gobierno de España, ahora colocan a su calientacamas en el consejo de ninistros. Los que se preguntaban -retóricamente, claro: la respuesta para ellos era, evidentemente (para ellos), no- si valen más los hijos de los políticos que los de los demás, ahora sueltan jeremiadas por el sufrimiento de sus hijos cuando a los padres les ponen a parir. Y los periodistas neocom que defendían la ocupación de viviendas ajenas, ahora se quejan y llaman a la policía cuando es su vivienda la usurpada.
Lo más irónico de todo es que la ocupadora, encima, abronca a la juntaletras porque, dice, la casa estaba en mal estado.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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