Su Majestad el Rey, a quien Dios guarde muchos años, juega un papel, sobre todo, simbólico. Y los enemigos internos de España, que lo saben, no dudan en atacarle, porque saben que, atacando el símbolo, atacan lo simbolizado.
Por
eso se explica que los golpistas catalanes hayan reclamado al desgobierno
socialcomunista que Su Majestad no acuda a la entrega en Barcelona de despachos
a los nuevos jueces. Por eso, el desgobierno ha accedido, obligando a Zarzuela
a decir que no iría (porque el gobierno no quiere, le ha faltado añadir)
después de confirmar su asistencia. Por eso, el presidente del Tribunal Supremo
y del Consejo General del Poder Judicial, Carlos Lesmes, expondrá de forma
oficial el malestar que en este órgano y en la carrera judicial en general ha
ocasionado el veto del Gobierno. O, como han dicho: si el Rey no viene, no pinta nada el ministro.
Por
eso, en un raro ejercicio de sinceridad, la indocta egabrense ha dicho que hay decisiones que están muy bien tomadas. Y con muy malas intenciones, añado
yo.
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