Cuando
los neocom eran poco más que un rebaño de agitadores callejeros,
consideraban que el acoso a políticos, las pintadas, el interrumpir o impedir
conferencias, el alegrarse del uso de la violencia contra las fuerzas del orden
y otras lindezas por el estilo no eran otra cosa que el sano ejercicio
de la libertad de expresión.
Ahora
bien, cuando son ellos los que están montados en el cargo -y en el coche
oficial, y en el suelo oficial, y…-, recurren a las fuerzas y cuerpos de
seguridad del Estado para que la gente (esa a la que iban a defender de la
casta en la que se han convertido en menos tiempo del que se tarda en
escribirlo) no pueda ejercitar sanamente el derecho a la libertad de expresión
frente al domicilio particular del Chepas y su calientacamas -ni gritar ¡Viva
España!, ni hacer que suene la cutre pachanga fachosa para que la escuchen
los marqueses de Galapagar-, y se sienten molestos por una presunta
pintada en el asfalto, cerca de su lugar de vacaciones, en la que se equipara a
Junior con un miembro del género Rattus.
Sin
embargo, la ausencia de denuncias efectivas ridiculiza el sufrimiento que dicen
haber sufrido. Y si sufren… pues que se jodan, que ya les sufrimos todos los
españoles, los que somos de bien y los otros.
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