Los
detractores de Vox suelen reprocharles dos cosas: lo extremado de sus posiciones
y lo que podríamos calificar de no guardar las formas.
Respecto
a lo primero, nada que decir: estamos en democracia, y la Constitución garantiza
el derecho a la libertad de opinión, aunque luego vengan los giliprogres
pretendiendo imponer a toda la sociedad qué y cómo debe opinar sobre casi
cualquier tema. En otras palabras, su postura se resume en puedes opinar lo
que quieras, siempre y cuando opines lo que yo.
Respecto
a lo segundo, no podría estar más en desacuerdo. Si por algo se han
caracterizado (hasta donde sé) los cargos de Vox, es por una exquisitez en las
formas que ya la quisieran para sí, no los gañanes neocom (fue su
jorobado líder el que empleó en sede parlamentaria la sarta de expresiones me
la trae floja, me la suda, me la trae al fresco, me la pela, me la reflanfinfla,
me la bufa), sino hasta los suciolistos, donde hay doctoras
en Derecho constitucional que no saben que la Constitución establece
expresamente la igualdad entre hombres y mujeres.
Lo
que ocurre es que los de Vox suelen decir las cosas bien claritas, sin
artificios, perífrasis o eufemismos. Tal que Rafael Hernando, cuando dijo que
la calientacamas había llegado hasta donde estaba (y más que le quedaba
por subir, aunque entonces no lo sabíamos), no por sus méritos personales, sino
por acostarse con quien se acostaba; o Cayetana Álvarez de Toledo, cuando dijo
que Junior era hijo de un terrorista.
Por
eso, cuando Vox dice que exigirá en el Tribunal Constitucional los informes sobre
el estado de alarma que este gobierno caciquil y chulesco se niega a
dar, no está faltando a la verdad ni a las buenas costumbres: se está limitando
a describirles como lo que son.
Por
ello, y por mucho más…
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