Hay veces en que el idealismo ecologista choca con la dura realidad. Y, como es lógico y natural, es el idealismo el que sale perjudicado.
Vamos a admitir que el calentamiento global
existe, que es antropogénico en todo o principalmente y que la emisión de gases
de efecto invernadero juega un papel importante. Así las cosas, sería lógico ir
sustituyendo paulatinamente los vehículos con motores de combustión interna,
que consumen derivados del petróleo, por otros menos contaminantes, como los
eléctricos.
Pero hete aquí que a un psicópata ruso se le
ocurre invadir Ucrania y manda al planeta, cuando aún no se había recuperado de
la crisis de hace década y media, a otra crisis económica, en la que el factor energético
es un elemento a tener en cuenta.
¿Qué hacen entonces en Suiza, un país que, sobre inventar el reloj de cuco, tampoco es que haya aportado demasiado a la historia de la humanidad? Pues plantearse prohibir el coche eléctrico para ahorrar energía.
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